
«El mundial de la vergüenza» por Pablo Hernández
En la firma invitada, Pablo Hernández reflexiona sobre que «hace mucho que quedó atrás el momento de poner el grito en el cielo y de tratar de revertir una decisión absurda a todos los niveles»
Ya no vamos en manga corta, los niños están en el colegio, los turrones ocupan un lugar preferente en los supermercados y el anuncio de la lotería de Navidad se emite a todas horas en televisión. Aun así, desde el domingo estamos inmersos en la locura del mundial de fútbol.
¿Qué ha ocurrido para que las ligas europeas se hayan interrumpido y los partidos suenen a villancico en vez de a canción del verano? A estas alturas, creo que no queda mucho por decir. Allá por 2010, la FIFA eligió el emirato de Catar como sede del campeonato del mundo de 2022. Los petrodólares taparon los innumerables inconvenientes de esta decisión y acabaron con varios dirigentes del organismo arrestados por corrupción, soborno, blanqueo de capitales, fraude y otros supuestos delitos.
Mi afición por el fútbol no es tan grande como para tragarme todos los partidos, ni siquiera la mitad, pero reconozco que voy a participar como espectador ocasional en el ejercicio de hipocresía colectiva en que se está convirtiendo esta edición.
Hace mucho que quedó atrás el momento de poner el grito en el cielo y de tratar de revertir una decisión absurda a todos los niveles. Eso habría exigido una determinación valiente y categórica de las federaciones nacionales, pero no ocurrió.
El balón ya está rodando en el interior de unos estadios climatizados que han costado miles de millones y, lo que es más terrible, las vidas de unos 6.500 trabajadores inmigrantes. Unos estadios en los que apenas se ven mujeres y cuyas gradas no están a rebosar, como cabría esperar de un acontecimiento del calibre de un mundial de fútbol.
Ya es demasiado tarde, pero al menos podemos tratar de levantar la vista del balón e informarnos más a fondo. Por un lado, los periodistas desplazados al emirato deberían contarnos la realidad que nos ocultan las cámaras perfectamente coreografiadas de la organización y, por otro, nosotros, los espectadores, deberíamos hacer el esfuerzo de no comprar el relato que la FIFA y Catar nos quieren vender. Celebremos los goles, pero no perdamos la perspectiva de todo lo que esconde este gigantesco espejismo en medio del desierto.
Pablo Hernández